A los gatos no les cae bien todo el mundo.
Totalmente cierto. Y eso, por algún motivo extraño, se ve como un problema. Como si tu gato tuviera que ser amable con cada persona que entra en casa. Como si tuviera que socializar por obligación.
Pero piénsalo: ¿a ti te cae bien todo el mundo?
¿Tú te dejas acariciar por cualquiera?
¿Te apetece hablar con toda persona que se cruza contigo?
Pues eso.
La contradicción
Lo curioso es que eso, en una persona, se ve hasta normal.
“Tengo mi círculo”, “no me gusta el contacto físico”, “soy más de observar”…
Y todo bien. Pero si lo hace un gato, entonces es “arisco”, “antipático” o “raro”.
Parece que nos molesta que un animal actúe como nosotros…
El problema no es del gato
Los gatos tienen carácter. Y criterio.
Y como no fingen simpatía, eso desconcierta.
En general la contradicción se inicia porque los perros sí saludan y son sociables con todo el mundo. Pero que un gato no se lance a recibir mimos de desconocidos no significa que no sea sociable. Significa que elige con quién. Y eso es algo que también hacemos nosotros todo el tiempo.
Lo realmente curioso de todo esto es que la sociedad considera que el hecho de que un gato no sea amable con todo el mundo es un DEFECTO, cuando en ese aspecto manifiesta una prudencia más típicamente humana de las que los perros carecen. Como en ese aspecto se parecen más a nosotros que a los perros, es un defecto. ¿En serio?
El estándar imposible
Vivimos rodeados de mensajes que premian la simpatía inmediata, la amabilidad constante, el “tienes que caer bien”.
Y proyectamos eso en nuestros animales.
Si un perro saluda a todo el mundo, lo celebramos. Si un gato no lo hace, lo criticamos.
Pero ¿por qué tiene que gustarte todo el mundo? ¿Y por qué a tu gato?
Spoiler: no tiene que hacerlo.
Ni tú, ni él.