Si una peli tiene un villano elegante, misterioso y con planes oscuros… lo más probable es que en algún rincón haya un gato.
Sentado en un sillón, entre sombras, mirando con cara de “sé más que tú”.
Y tú, como amante de los gatos, piensas: ¿otra vez?
Un clásico de Hollywood
La historia del cine está llena de gatos que, sin hacer nada, ya generan sospechas.
¿Acaricias un gato blanco mientras piensas? Villano.
¿Tienes un gato negro que se cruza en pantalla? Brujería asegurada.
¿El gato solo mira? Pues claro: seguro que es cómplice.
Todo eso sin mover ni un bigote. Literal.
¿Y si el gato no es el malo?
Lo que pasa es que los gatos tienen una presencia muy potente.
Son tranquilos, silenciosos, y cuando te clavan la mirada parece que lo saben todo.
Eso, en pantalla, queda muy bien… aunque casi siempre lo usen para dar mal rollo.
Pero quienes convivimos con ellos sabemos que no tienen nada de siniestros.
Son sensibles, observadores, cariñosos (aunque lo demuestren a su manera), y sí, también un poco intensos con sus rituales. Pero de malos, nada.
Ya va siendo hora de cambiar el papel
No necesitamos que los gatos sean los héroes que salvan el mundo en mallas.
Pero estaría bien que, de vez en cuando, simplemente fueran lo que son:
compañeros. Seres con carácter.
Animales que no necesitan hacer trucos para gustar.
En resumen:
No, tu gato no planea dominar el mundo.
Si quisiera dominar el mundo, seguramente ya lo habría conseguido.